14 de diciembre de 2015

La Tierra, la luz; el espacio y el tiempo.

El protagonismo conferido por Dios a la Tierra en los primeros párrafos de la Biblia es un pequeño eslabón de la inmensa cadena de acontecimientos ilustrativos con que este libro nos abre las puertas que conducen al conocimiento de lo divino. Los primeros dos versículos del libro de Génesis dicen: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas".(Génesis 1:1-2). El libro de Génesis fue el primero que Moisés escribió: si tomamos en cuenta que Moisés hablaba directamente con Dios desde el momento en que fue elegido por el Creador para guiar al pueblo de Israel hacia la liberación, que además recibió educación en los palacios del faraón de Egipto, nación que en la antigüedad ocupaba el sitial más encumbrado en cuanto a conocimiento humano se refiere, es fácil deducir que Moisés poseía la información veraz de aquel evento, obtenida del Creador en persona; y, que también sabía emplear de manera correcta los términos conocidos en el lenguaje de la época, mismo que se ha traducido hasta nuestros días. Entonces, cuando dice que la Tierra estaba "sin orden", está explicando que las cosas no estaban colocadas en el lugar que les correspondía; que las cosas no tenían una buena disposición entre ellas; y dice que estaba vacía, obviamente, porque no tenía todos los componentes que complementan y dan sentido al planeta Tierra, la razón por la cual fue creado, para albergar la vida en todo el sentido de la palabra. Podemos inferir entonces que cuando el Señor crea algo nuevo, sabe que no tiene la forma o disposición que ese algo va a tener en otro momento de su labor de creación, es decir, que él va a seguir ordenando ese algo que ha creado, y/o que, como él hace las cosas nuevas cada día, toda la creación es constante y permanentemente renovada todos y cada uno de sus días. Entre los hombres, con excepción de los artistas, quienes regularmente inician una obra de arte sin saber exactamente cuál será el final hasta que la terminan, es difícil encontrar un ser humano que se embarque en un proyecto y termine una creación para luego seguir ordenándola. A nadie se le ocurre pensar que un hombre va a anunciar la creación de su obra e inmediatamente dirá: "He aquí mi obra, pero, está sin orden y vacía". Posiblemente todo el que lo oiga estará de acuerdo en que no debió anunciar dicha creación si esta todavía se encontraba sin orden y sus elementos esenciales no poseían una buena disposición entre ellos. Pero Dios tiene la potestad de hacer su voluntad a su propia manera, aunque al anunciar su creación también anuncie que todavía no tiene el orden que le corresponde.

Ahora bien, cualquier tipo de conclusión explicativa que un ente pensante emita o formule en su mente con respecto a dichos versículos bíblicos, es tan sólo una de las infinitas posibilidades que la sabiduría del Creador ideó al momento de crear la Tierra. Unos pueden decir que lo de "sin orden y vacía" fue una manera de explicar en términos humanos lo que para Dios ya era de por sí una obra maestra; otros dirán que al momento de crear la Tierra, el Señor tenía tantas ideas en su infinita sabiduría que el planeta que hoy habitamos es una más de las trillones de ideas que existen en el universo. Todas las hipótesis humanas están contenidas dentro del ámbito insondable de posibilidades que el Creador permite. Lo cierto es que la palabra de Dios establece que cuando la Tierra fue creada estaba sin orden y vacía. Pero, ¿qué pasó inmediatamente después de la creación de la tierra?Los siguientes tres versículos responden esa pregunta: "Entonces dijo Dios: "Sea la luz", y fue la luz. Dios vio que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y fue la mañana del primer día" (Génesis 1:3-5). Dios vio que la luz era buena, pero, ¿buena para qué? La Tierra había sido creada en la oscuridad, está claro que él no necesitaba la luz para llevar a cabo cosa alguna, es decir, a Dios no le aportaba o restaba si la luz estaba o no presente, sin embargo, él vio que la luz era buena. Si los seres humanos, que sí necesitan la luz para vivir, todavía no existían en la Tierra, ningún ser vivo había sido creado en este planeta, ¿cuál cualidad o utilidad de la luz hizo que Dios la aprobara como buena?La respuesta contundente que nos da el contenido de los versículos que acabamos de leer es que con la luz nace la posibilidad de medir el tiempo en la Tierra; en otras palabras, el concepto de espacio y tiempo quedó concretizado en aquel instante. Los humanos entendemos que el tiempo es la dimensión o magnitud física que permite ordenar la cadena o sucesión de hechos que ocurren en el plano físico. Con el tiempo señalamos qué ocurrió primero o más temprano y qué sucedió luego o más tarde, es decir, el tiempo establece lo que fue el pasado, define el presente y anuncia el futuro. La creación de la luz marcó el inicio de la medición del tiempo en la Tierra, con la luz nació la mañana, la tarde, la noche… nació el tiempo. Con la creación de la Tierra, Dios creó el espacio en el cual se desarrollaría el plano físico que hoy habitamos. El espacio se define como la extensión que contiene toda la materia existente. Ahí estaba creada la Tierra, materia desordenada que representaba un escenario, un espacio, un plano físico donde ya era posible que sucedieran hechos o acontecimientos tangibles; la luz complementó ese escenario trayendo la posibilidad de que el tiempo fuera medido, otorgando así sentido al plano físico, de acuerdo al propósito del Orden divino. En el momento en que el hombre fue creado ya existían parámetros para medir el tiempo, pues como hemos visto: la Tierra y la luz, o lo que es lo mismo, el espacio y el tiempo, existieron desde el primer día de la creación.

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