22 de noviembre de 2010

Semáforos limosneros.

Saludos amigos:
Cierto día estaba esperando en la av. 27 de Febrero con Lincoln a que cambiara el semáforo y se me acercó una señora pidiendo limosna. Inmediatamente tomé del menudo que para esos fines siempre tengo a mano y le pasé unas monedas. Acto seguido, otra señora, a bordo de un carro público hace un comentario “a mí me dijeron que esa doña ha construido una casa grandísima pidiendo en las esquinas”. Como ya he escuchado comentarios de esa índole en varias ocasiones me dispuse a ignorarla, pero antes de subir el cristal de mi auto contesté a la señora del comentario no solicitado. “Señora, si eso es verdad, entonces esa doñita es digna de admiración. Yo mismo no me atrevería a pasar un día completo debajo de este sol caribeño pidiendo ni por todo el dinero del mundo … no sólo eso sino que desde los dieciocho años trabajo y no he tenido tanta disciplina como para ahorrar y hacer una construcción como la que Usted señala. Pase buen día”. Ojalá sea verdad que todos los limosneros consigan más de diez mil pesos mensuales… yo lo dudo. Lo que sí sé es la forma infrahumana en la que vive la mayoría de esa gente. Gualey, Capotillo, Las Cañitas, Los Guandúles, Guachupita, El Caliche, Simón Bolívar, y otros sectores de la parte norte del Distrito Nacional no son barrios sino vertederos gigantes. Son centros de hacinamiento  en los que cohabitan miles de seres humanos acostumbrados a desayunar “cuando aparece algo” pues el pasar hambre en esas esferas es un deporte que se practica por obligación. Peor aún, fruto de la ignorancia y falta de educación en la que vive sumida esa gran parte de la población capitalina  cometen las más  atroces estupideces; se mudan con una pareja en un cuarto alquilado de una o dos pequeñas habitaciones de 2x2 metros y luego engendran tres o cuatro hijos pensando en que luego serán ellos los que los mantendrán una vez lleguen a la vejez. Con esos trescientos o cuatrocientos pesos que reúnen pidiendo o limpiando vidrios deberán alimentarse todos los miembros de esa “familia dominicana” y lo más triste del caso sacar para sus vicios de alcohol y drogas.
Para bien o para mal, los cuerpos de estas personas viven expuestos a tanta suciedad, bacterias y enfermedades que se vuelven inmunes a la mayoría de las dolencias que aquejan al ciudadano común pues ellos mismos son enfermos de la vida.
Lo sé, lo sé, no es tu culpa, tú no los trajiste al mundo. Pero si no te importan, ni harás cosa alguna para solucionar esa situación ¿por qué interesarte si otro le regala uno o dos pesos de lo que le sobra?. El gobierno hará nada para contrarrestar esa situación. Es el pueblo mismo, nosotros los profesionales dominicanos los que podemos y debemos involucrarnos con las entidades sociales (clubes, liceos, iglesias, escuelas públicas, etc.) que trabajan en pro de esas comunidades para contribuir con nuestro conocimiento a la educación de esos, aunque nos duela, “conciudadanos nuestros”.
A la mayoría de los dominicanos de clase media alta y clase alta les causa pavor caminar por esos lugares de nuestra capital y no les culpo. El índice de criminalidad es demasiado alto en esos predios, aunque también viven allí obreros y trabajadores serios y humildes tan o más serios que el mismo presidente. Pero ¿qué te cuesta? Si estás muy ocupado para involucrarte en la educación de nuestro pueblo o te causa horror introducirte en esas zonas. Acude a una escuela pública y regala de lo que te sobra, cualquier cosa es buena para los que tienen nada. Lápices de colores, lapiceros, diccionarios, cuadernos, libros de cuentos, sacapuntas, borradores, reglas… todas esas cosas que a ti y a mí nos compraron de niño y que para muchos de esos chicos pobres son un lujo extraído de la ciencia ficción. Medias, pantaloncillos, tenis, bolitas de peinar a las niñas y un montón  de cosas más en las que nunca pensamos a ellos les hace falta.
Quizás un día uno de esos niños sienta que la sociedad a la cual pertenecen les dio algo de amor y cariño, le regaló una oportunidad para ayudarlo a estudiar y decide que, en vez de ser delincuente, él puede llegar también a ser profesional y entonces ayudar a otros a contribuir a tener un mejor país. La criminal violencia que nos azota, las enfermedades, el hambre, la miseria y la ignorancia son el fruto obligado del inmenso odio que otros han sembrado. Sembremos amor en nuestra tierra y florecerán árboles gigantes de bondad, bienestar y misericordia. Talvez algún día no tendremos “molestosos”  pordioseros en los semáforos de nuestra nación.

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