14 de octubre de 2011

La Tercera Vez.

Jaime se atrevió una vez más. Tantas veces se había repetido que jamás volvería a cometer un error semejante. En dos ocasiones se vio “obligado” a visitar las casas de los progenitores de sus antiguas novias,  Jaime lo consideraba anticuado pero ambas veces fue amenazado del retiro de todos sus privilegios sentimentales si no acedía a la sutil invitación. Su novia actual, Verónica, le dio un ultimátum; Cenas con mis padres o lo dejamos. Jaime no tuvo opción.  Allí estaba, camino al cadalso.
Tomó dos veces la autopista equivocada sin proponérselo. Sus pensamientos sobre el tema eran tan profundos que le impedían abstraerse de esa mezcla de pasado y futuro inmediato donde el presente a veces se pierde y queda atrás, olvidado, cuan juguete abandonado en el parque.
La segunda vez que se equivocó quiso tomarlo como un mensaje divino que le indicaba que no debía asistir a aquella cena. Buscando una salida donde pudiera devolverse se encontraba cuando sonó su celular. La voz de Verónica pretendía estar tranquila pero Jaime la conocía, o al menos eso creía. Llevaba siete meses y medio envuelto en lo que él y Verónica denominaban un “terruño de amor.” Después de un año de conocerla en el gimnasio, dos o tres salidas, una discusión tonta, dos meses sin hablarse y “la segunda oportunidad,”que existía desde hacía siete meses y medio, claro que la conocía. Por eso supo que si no llegaba a la cena sería mejor que no volviera a llamarla, incluso sopesó esa posibilidad aún estando a pocas cuadras de la casa de sus suegros. El celular volvió a sonar en el auto de Jaime. Sí Verónica, estoy aquí, buscando donde parquearme, sí, yo también te quiero. La conversación fue breve. Justo a tiempo para que Jaime estacionara su auto en el único lugar disponible de toda la cuadra. Bajó del auto, flores para la doña, una botella de vino para el don y unos chocolates para Verónica. Algunas cosas nunca cambian, pensó Jaime en aquel momento. Trató infructuosamente de convencer a Verónica de que eligieran otros presentes con los cuales agradar a sus padres en su primera visita formal, pero ella insistió en que una botella de vino y unas flores serían las llaves que abrirían la puerta de una buena impresión a sus padres, lo considerarían educado y amable.
No pudo decirle a Verónica acerca de su primera visita de este tipo. Su novia de entonces hizo exactamente la misma exigencia, flores para halagar a su madre y una botella de vino para su padre. En aquella ocasión el padre de la chica no hablaba mucho pero miraba a Jaime fijamente al rostro con aires de solemnidad mientras la señora del hogar hablaba sin parar, no se calló en toda la noche.
Son sólo malos recuerdos, se dijo para sí mientras caminaba hacia la casa de Verónica. No pudo menos que sonreír al recordar la clase de literatura que doña Eduvigis ofreció luego de la cena, para rematar cantando operas de Verdi, Roji, Marrony y todos los demás colores. Sí, ciertamente ahora le parecía cómico todo aquello. Sus amigos todos le advirtieron que se alejara de esa chica. Cuando sea vieja será igualita a su madre, algunos decían, yo que tú no me confiara con el carácter aparentemente tranquilo del don… ese tipo de gente es peligrosa, dijo uno de los muchachos en tono de broma. La verdad es que solamente duró dos semanas saliendo con Carmen Rosa después  de aquella primera visita. Quizás habrían durado algo más si Carmen Rosa y su madre no hubieran llegado al acuerdo de que Jaime la acompañaría a visitarla todos los sábados en la tarde. El primer sábado le dio una excusa y el segundo sábado le advirtió que por nada del mundo volvería a sentarse dos horas a escuchar ópera desafinada mientras el señor silencio trataba de sacarle una radiografía a su alma a través de sus ojos. Eso fue todo. Carmen Rosa le dijo que si no quería a sus padres entonces no la quería a ella. Nunca más volvieron a verse. Jaime tampoco pudo olvidar aquella cena.
Ahora, por tercera vez, se dirigía a un encuentro de aquella especie. Verónica siempre hablaba de ellos, su madre era profesora, gracias a Dios de matemática, fue todo lo que Jaime dijo al escucharlo, Verónica nunca entendió la adversión de Jaime a la literatura y él tampoco trató de explicarle cosa alguna. El padre de Verónica, según ella, era un hombre tranquilo pero gustaba de hablar de deportes y política, Jaime leyó todos los resultados deportivos del día para estar a la par con el viejo, por si acaso. Con la doña no iba a hablar absolutamente cosa alguna que tuviera algo que ver con la matemática, no fuera a revivir el álgebra de  Baldor, los razonamientos pitagóricos o ¿quién sabe? A lo mejor se habla de Newton, Einstein, y demás sabios solamente a la hora del postre. Jaime volvió a reír en complicidad consigo mismo mientras intentaba refutar sus irónicas comparaciones.
La segunda vez fue todo muy diferente. Los padres de  Katiuska eran una fiesta eterna. Reían a carcajadas entre ellos todo el tiempo. Se contaban chistes y se jugaban bromas constantemente, nunca se separaban. Los conoció apenas un mes y unos días luego de haber conocido a su hija. Ella le invitó a una parrillada en el patio de su casa y él aceptó gustosamente. Se presentó en casa de Katiuska e inmediatamente fue abordado por la madre de esta. Mi hijo, ustedes están jóvenes todavía ¿es verdad que ustedes son novios?. Jaime no estaba preparado para esa pregunta, Katiuska y él decidieron que se conocerían mejor antes de dar un inicio formal a lo que parecía una fuerte atracción entre ellos dos. Sí, se habían besado en el cine pero eso no los hacía novios ¿o sí?. Doña Catalina, la madre de Katiuska, lo sacó de su ensimismamiento   formulándole la misma pregunta otra vez, a lo que Jaime contestó: Señora, creo que a quien debe preguntarle es a su hija...  ya lo hice, contestó ella, mi hija dice que ustedes son novios. La silueta reflejada a través de la cortina que Jaime veía al fondo de la sala era la evidencia más clara de aquella emboscada. Muchos años más tarde se preguntaría ¿por qué dije que sí?, lo normal habría sido que en aquel mismo instante pidiera disculpas y se retirara educadamente pero hizo todo lo contrario a lo que su interior imploraba a todo grito. Sí señora, si su hija dice que somos novios es porque lo somos. Hasta él mismo creyó que así lo era.
Esta historia continuará…