27 de abril de 2015

Avaricia... ambición descontrolada.


Avaricia es el afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. Las personas avariciosas no tienen control de sus acciones, son capaces de cualquier cosa con tal de obtener cuantiosas fortunas. Es que la avaricia es un vicio, una adicción al dinero, con el agravante de que, contrario a muchos otros vicios, la avaricia nunca se sacia y al final termina haciendo daño a aquellos que han sido víctimas de esa enfermedad. Pierden amigos, familiares, socios de negocios y hasta su propia salud, porque la avaricia les demanda mucho más de lo que ellos pueden dar y los lleva a adquirir fortunas que luego no quieren gastar. Hay que saber diferenciar entre querer progresar, tener éxito económico y ser avaricioso. Ser próspero, fruto de un trabajo honrado y del esfuerzo y dedicación que se imprime al mismo, sobre todo cuando se aporta al bienestar de la familia, es gratificante y contribuye a la economía nacional. En cambio, ser avaricioso es estar condenado a nunca ser feliz y llegar incluso a dañar a los demás por ser víctima de la avaricia, que es una enfermedad mental. Una persona con esas características debe buscar ayuda profesional. Desafortunadamente, ese tipo de personas no se da cuenta fácilmente que está teniendo dificultades con su comportamiento hasta que es, casi siempre, demasiado tarde. Como dice un viejo refrán: “La avaricia rompe el saco”.

Los políticos avariciosos, cuando ocupan puestos de legisladores y/o funcionarios gubernamentales, son aquellos que fomentan e incurren en la corrupción administrativa, aumentando sus cuentas bancarias y empobreciendo al país. En el ámbito religioso se tilda de “simonía”a la avaricia que afecta a miembros de religiones que pretenden vender dones espirituales por dinero. Esta práctica  es más común de lo que pudiera pensarse, puesto que son muchos los líderes de iglesias que venden incluso las posiciones dentro de sus congregaciones a aquellos que aportan más dinero a sus causas. El término “simonía” se deriva del relato bíblico ocurrido en Samaria, donde se muestra a Simón el mago queriendo comprar con dinero los dones del Espíritu Santo que manifestaban Pedro, Juan, Felipe y los demás apóstoles (Hechos 8:9-24). El teatro clásico nos presenta un claro ejemplo del mal provocado por la avaricia en “El Avaro” de Moliere. Es conveniente trabajar para obtener las cosas que necesitamos, pero, cuando se piensa en hacer fortuna para atesorarla, llegando incluso al extremo  de disimularla, haciéndose pasar por necesitado, con tal de no compartirla, entonces es hora de revisarse, no sea que esté usted siendo víctima de la avaricia.

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