Avaricia es el afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para
atesorarlas. Las personas avariciosas no tienen control de sus acciones, son
capaces de cualquier cosa con tal de obtener cuantiosas fortunas. Es que la
avaricia es un vicio, una adicción al dinero, con el agravante de que,
contrario a muchos otros vicios, la avaricia nunca se sacia y al final termina
haciendo daño a aquellos que han sido víctimas de esa enfermedad. Pierden
amigos, familiares, socios de negocios y hasta su propia salud, porque la
avaricia les demanda mucho más de lo que ellos pueden dar y los lleva a
adquirir fortunas que luego no quieren gastar. Hay que saber diferenciar entre
querer progresar, tener éxito económico y ser avaricioso. Ser próspero, fruto
de un trabajo honrado y del esfuerzo y dedicación que se imprime al mismo, sobre
todo cuando se aporta al bienestar de la familia, es gratificante y contribuye
a la economía nacional. En cambio, ser avaricioso es estar condenado a nunca ser
feliz y llegar incluso a dañar a los demás por ser víctima de la avaricia, que
es una enfermedad mental. Una persona con esas características debe buscar
ayuda profesional. Desafortunadamente, ese tipo de personas no se da cuenta
fácilmente que está teniendo dificultades con su comportamiento hasta que es,
casi siempre, demasiado tarde. Como dice un viejo refrán: “La avaricia rompe el
saco”.
Los políticos avariciosos, cuando ocupan puestos de legisladores y/o
funcionarios gubernamentales, son aquellos que fomentan e incurren en la
corrupción administrativa, aumentando sus cuentas bancarias y empobreciendo al
país. En el ámbito religioso se tilda de “simonía”a la avaricia que afecta a
miembros de religiones que pretenden vender dones espirituales por dinero. Esta
práctica es más común de lo que pudiera
pensarse, puesto que son muchos los líderes de iglesias que venden incluso las
posiciones dentro de sus congregaciones a aquellos que aportan más dinero a sus
causas. El término “simonía” se deriva del relato bíblico ocurrido en Samaria,
donde se muestra a Simón el mago queriendo comprar con dinero los dones del
Espíritu Santo que manifestaban Pedro, Juan, Felipe y los demás apóstoles
(Hechos 8:9-24). El teatro clásico nos presenta un claro ejemplo del mal provocado por la avaricia en “El Avaro” de Moliere. Es conveniente trabajar
para obtener las cosas que necesitamos, pero, cuando se piensa en hacer fortuna
para atesorarla, llegando incluso al extremo de disimularla, haciéndose pasar por
necesitado, con tal de no compartirla, entonces es hora de revisarse, no sea
que esté usted siendo víctima de la avaricia.
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