25 de septiembre de 2020

Camino a la confianza.

Una brecha excesivamente estrecha separa la confianza del control en lo que a las relaciones interpersonales se refiere, de hecho, para que dos individuos lleguen a sentir que pueden confiar verdaderamente entre sí debe recorrerse un camino en el que predomina el control en lo concerniente a dicha relación. Es un control tripartito: el control de las acciones de uno mismo hasta saber cuánto de uno puede dar al otro; el control o vigilancia de las acciones del otro hasta saber cuánto es el grado de sinceridad con que se entrega a la relación; y el control mutuo donde convergen los dos controles previos hasta que ambos llegan a conocerse de tal manera que sienten que pueden confiar plenamente en cada cual, entonces ese control desaparece y prevalece una sólida estructura llamada confianza. Sí, porque la confianza en el otro exige desprendimiento, desligarse de los mecanismos propios de protección y autodefensa y mostrarse de forma auténtica con ese ser en quien confiamos; confianza también exige creer que el otro ser también ha realizado esa transformación, que ha llegado a conocerte y te acepta tal cual eres de manera placentera y voluntaria. La confianza es esa joya que ha sido moldeada, expuesta a altas temperaturas y/o sometida a incontables pruebas (esos martillazos que da el herrero al material que busca darle forma), y que al final puede exhibirse con seguridad, amor, placer y ternura. La confianza es un regalo incalculable y ninguna relación interpersonal es completa hasta que no ha llegado a ese nivel superior de confiar plenamente cada uno en el otro ser.

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