11 de diciembre de 2010

¿En verdad existe Dios?

El libre albedrío del hombre hace que sea natural que se auto formule preguntas como esta. Es completamente normal.  Si encima añades las evidentes equivocaciones en las que ha incurrido la humanidad en el nombre de Dios, entonces hace que inmediatamente cualquiera se decida a creer que Dios no existe. La famosa Santa inquisición, las guerras santas, la conquista del nuevo mundo y un sinnúmero más de estúpidos atropellos que en nombre de Dios se han llevado a cabo a través de la historia son argumentos esgrimidos con fuerza y a menudo hasta con estilo por individuos que, confundidos, intentan demostrar su falsa verdad, a la vez que intentan confundir a otros. Gracias a Dios los que esto intentan no encuentran ninguna evidencia que no sea las “equivocaciones” de nosotros mismos, los seres humanos. Ni aún los más sabios y exitosos científicos han podido nunca demostrar que Dios no existe. Esto así porque toda la inteligencia del hombre es una microscópica brisa dentro del universo creado por Dios. Si fueran tan sabios para por lo menos añadir algo nuevo a sus infértiles intentos de convencer a otros de que sigan su incompleta doctrina, quizás sería interesante debatir las enseñanzas que conforman el legado de nuestro creador. Pero no es así.
Los seres humanos estamos diseñados para vivir de una forma inteligente. Todo nuestro ser destila inteligencia por doquier. Es nuestro libre albedrío el que hace posible que existan tres tipos de personas: Inteligentes, indiferentes e ineptos. Las personas inteligentes son aquellas que observan, indagan, escudriñan e investigan todos y cada uno de los elementos que conforman su diario vivir. Estas personas adquieren un aparato moderno de tecnología avanzada y aún antes de encenderlo revisan el manual de instrucciones para operarlo apropiadamente y aprovechar al máximo su utilidad. Este mismo tipo de personas visita al médico y una vez tienen en sus manos la prescripción e indicaciones de los medicamentos por este sugeridos, van a la farmacia y leen la posología del mismo, investigan cuales componentes químicos conforman el medicamento, las contraindicaciones, efectos adversos y luego buscan en Internet toda la información referente a dicho producto. Si no están conformes con lo que encuentran, entonces buscan una segunda opinión acudiendo a otro doctor.
Las personas indiferentes compran el mismo aparato electrónico, lo encienden y se limitan a utilizar las funciones de fácil acceso. Consumen medicinas prescritas por un facultativo como si sus propios cuerpos no les interesaran y obtienen provecho o perjuicio de manera aleatoria. Son los de doble ánimo y tibio corazón.
Los ineptos consiguen tecnología moderna, la encienden y ni se enteran que existe un manual de operaciones. Descubren su ineptitud cuando tienen que llevarlo al taller de reparaciones y el técnico les explica todo lo que hicieron mal. Si se enferman le preguntan al vecino que remedio tomar o recuerdan que su abuela preparaba tal o cual cosa la toman y dilema resuelto. Si van al médico, guardan la receta en el bolsillo del pantalón y a los tres meses, cuando no soportan más los síntomas de su enfermedad, tienen que volver al doctor a que les haga una nueva receta, compran la medicina, la toman por dos o tres días y en cuanto se sienten mejor no la toman más.
En el plano espiritual ocurren cosas similares. Los ineptos encienden sus corazones con cualquier tipo de lucubración que les parezca atractiva sin importarle si la oyeron del vecino o en un autobús de transporte público y luego se les oye repetir las mismas sandeces que de otros escucharon sin saber lo que dicen.
La inteligencia divina está dentro de nosotros mismos. Basta con abstraer nuestra mente y nuestro ser de toda esa lúdica falacia que insistimos en llamar realidad material para encontrarnos con nosotros mismos y descubrir lo que verdaderamente somos, seres perfectamente inteligentes. El primer manual de vida está en nuestro interior. Otros manuales llegan a nuestras vidas cuando estamos preparados para recibirlos. La Biblia, aún si pudiera tener errores de traducción, mantiene intacta su esencia. Requiere valor, inteligencia y esfuerzo atreverse a vivir de la manera en que Dios nos manda pero esa es la única forma de comprobar la existencia y el poder de Dios. El reino de Dios es semejante a un aparato de tecnología avanzada, si usted no sigue las instrucciones del manual nunca aprenderá a usarlo apropiadamente. También el reino de Dios es igual a una prescripción médica, mientras más indagas sus componentes tendrás más confianza, más conocimiento y tendrá mayor efecto en tu vida.
Los llamados ateos tratan de ocultar su falta de valentía y su holgazanería negando la existencia de nuestro creador. Pero que ironía, la palabra ateo significa “sin Dios”, es decir que ellos  mismos no pueden decir lo que pretenden ser sin mencionar a Dios.
Después de todo, si Dios no existe…. ¿por qué inviertes tu tiempo escribiendo, pensando y hablando de él? No tiene sentido. Mejor sería que usaras tu tiempo y energía en algo en lo que si creas.
Existe mucha literatura inspirada por Dios a los hombres, no es sólo la Biblia, pero esta es la más efectiva, principalmente para los recién nacidos espirituales. Si te atreves, si tienes valor, fuerza de voluntad y eres capaz de esforzarte… escudriña las escrituras. Lee los consejos e instrucciones que Dios te da para que le saques provecho a tu vida. Lo mejor de todo es que viene incluida una garantía de vida eterna en un hermoso sobre que dice “salvación.”

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