Todos
los seres humanos, sin excepción, hemos aprendido cosas beneficiosas y cosas
dañinas, como decimos: lo bueno y lo malo. Algunos emplean ese conocimiento
para ser precavidos y poder salir airosos de las pruebas y evitar salir
perjudicado; otros utilizan ese tipo de aprendizaje para sus propios provechos
sin importar quién o cuántos salgan perjudicados… porque hay todo tipo de
personas en el mundo. Dentro de este último grupo hay quienes actúan de manera inconsciente,
es decir, sin saber a ciencia cierta lo que están haciendo, y otros lo hacen
todo de manera intencional. ¿Cómo identificamos qué clase de persona tenemos de
frente?, o mejor aún, ¿cómo identificamos el tipo de persona que somos? Muy
fácil: mediante la observación detenida del discurso que otros y nosotros
mismos utilizamos para la comunicación con los demás. Sí, porque dice la
palabra de Dios que un hombre bueno del buen tesoro de su corazón presenta lo
bueno y el hombre malo del mal tesoro de su corazón presenta lo malo. Porque de
la abundancia del corazón habla la boca (Lucas 6:43-45). Así que es preciso que
prestemos atención a las palabras que decimos y observemos qué tipo de
información está guardando nuestro corazón. Al final de cuentas, el daño que
una persona pronuncia contra otra es un daño que, quiéralo o no, se está haciendo
a sí mismo. Como antes dije, a veces sucede de manera involuntaria, pero si
estamos atentos a lo que hablamos podemos conocer mejor la abundancia de nuestro
propio corazón.
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