2 de mayo de 2012

Nurín, la Pinky y los niños dominicanos.

Siempre he creído que en todos los sucesos de la vida hay una enseñanza que debe ser aprovechada. De verdad lo creo. La partida de Nurín Sanlley debe dejar en los dominicanos una montaña de reflexiones acerca de lo que realmente somos, lo que queremos, lo que estamos logrando y lo que cosecharemos mañana de acuerdo a la semilla que hoy estamos sembrando. Continuamente escuchamos en radio y televisión a los paladines justicieros que claman por una sociedad mejor y algunos llegan al extremo de pedir a puros gritos que haya sanciones más severas para castigar a los niños y jóvenes que incurren en actos delictivos. Seguro que todos hemos escuchado esos comentarios.
Lo que prácticamente no escuchamos nunca es la necesidad de impartir educación a nuestra niñez y juventud a través del arte y  la cultura. Esa labor la desempeñó estoicamente Nurín Sanlley. Ahora le harán varios programas televisivos en muestra de un homenaje póstumo y todo ese protocolo repetitivo de la llamada sociedad moderna. En vez de eso ¿Por qué no rendir homenaje a su vida, no a su muerte, incentivando, apoyando, estimulando y promoviendo la creación, realización y montaje de espectáculos infantiles como los que Nurín Sanlley nos tenía acostumbrados? claro que con ese hecho no cambiaremos nuestra realidad pero es una forma inteligente de comenzar a cambiar.
El personaje de “la Pinky,” a quien muchos conocemos desde hace décadas, es la mayor muestra de carencia de atención que tienen nuestros niños. La Pinky es el único personaje infantil dominicano que gozaba de popularidad en toda nuestra nación pero paradójicamente no todos nuestros niños pueden pagar una función en el Teatro Nacional Eduardo Brito. Entonces ¿Qué le estamos dando a nuestros niños? La indiferencia total de una sociedad que dentro de dos o tres años, cuando cumplan la edad en que ya serán adolescentes, reclamará a viva voz que los crucifiquen por delincuentes. Si nada les damos ¿Con qué derecho demandamos?

Hace dos días Nurín Sanlley partió de este mundo material. Deja un vacío grande en el arte infantil dominicano. Yo aspiraría a que cada año se realice un festival nacional de teatro infantil al cual llamemos Nurín Sanlley para que nuestra niñez tenga y sienta que en verdad le damos importancia, que de verdad los queremos, que ellos son lo mejor y más tierno que tenemos. Sembremos amor en nuestros niños para que dentro de unos pocos años no tengamos que estar maldiciendo a nuestra juventud. Imitemos a Nurín Sanlley y demos a la niñez dominicana la oportunidad de disfrutar la vida en libertad ejerciendo su derecho a la diversión sana y a la educación artística permanente y entretenida. Que la partida de Nurín Sanlley sea una gran lección para nuestras vidas. 

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