Soy un ser espiritual y no
discuto con ateos. Esa decisión la tomé hace ya mucho tiempo, desde que me
inicié en el estudio de lo espiritual y esotérico, siendo apenas un niño,
entendí también que discutir acerca de la existencia de aquello que daba
sentido a mi vida sería equivalente a discutir sobre mi propia existencia. Si alguien
duda de la posibilidad de que yo pueda o no existir y me lo comunica, no puedo
menos que sentir compasión por el estado de confusión en que habita esa
persona, pero el ser compasivo no me obliga a escudriñar cada mente que no
entiende que sería más sencillo simplemente ignorar algo que no existe en vez
de invertir tiempo y energía en negar enfáticamente aquello en lo que no cree.
Sin embargo debo admitir que
entiendo a los ateos. Sí, de verdad los entiendo. Entiendo que una persona no
tiene capacidad para hablar sobre aquello que no conoce, si una persona no ha
tenido o no ha sabido reconocer experiencias espirituales en su vida ¿Por qué
habría de creer que es un ser espiritual?por eso entiendo a los ateos. Aunque
reitero que no entiendo el porqué gastar sus energías intentando gritar al
mundo su condición de ateo, pero puedo entender que solamente la experiencia
espiritual puede convencer a un individuo de que él mismo es un ser espiritual
y por ende está conectado a otros seres espirituales y a una fuente de energía espiritual
que ha permitido su existencia.
Si miro en restropectiva,
teniendo yo algunos seis o siete años de edad, compruebo que era un niño algo
difícil de convencer en cuanto a las cuestiones que no me podían ser explicadas
con claridad. Era yo entonces muy inocente para saber que no todas las personas
poseen el talento o la capacidad de explicar detalladamente y con palabras las
cosas que saben y conocen. Aunque algunas personas sí tienen el poder de explicarlo
todo con tan solo una mirada, un abrazo o un apretón de manos, pero ese es otro
tema. El asunto es que estando yo en la escuela bíblica, junto a mis
hermanitos, era algo receloso respecto a muchas de las cosas que allí se
decían. Probablemente aquellos recelos eran provocados por la advertencia de mi
padre de no depositar mi confianza en personas extrañas, y yo entendía por
extraño a todo aquel que no fuera mi papá, mi mamá, mis abuelos y algunos de mis
hermanos. Por eso miraba a sor Pilar, aquella monja tan dulce, expresiva y
cariñosa, con cierto aire de duda, cada vez que comenzaba a hablar acerca de
temas inexplicables con palabras. Pensaba que quizás sus padres no le
advirtieron acerca de los extraños y alguna persona pudo haberla inducido a
confusión, aún así prestaba mucha atención a todo lo que ella decía porque ya
sabía que la única manera de aprender o descubrir falsedad era prestando
verdadera atención a las cosas que a uno le comunicaban. Pero ocurría algo
increíble cada vez que yo salía de la escuela bíblica meditando sobre lo que
acababa de escuchar, es que aquello sobre lo que yo meditaba se reflejaba en la
vida real. Por algún tiempo pensé seriamente que se trataba del poder mental de
crear cosas y situaciones imaginarias y llegar al extremo de creer que eran
reales, y de verdad me atraía tener dudas, porque me agradaba despejarlas luego
con evidencias tangibles. Fueron las experiencias vividas, principalmente aquellas
ocurridas cuando yo no las había buscado, las que me mostraron indudablemente
que soy un ser espiritual.
Ha llovido mucho desde la escuela bíblica. El gnosticismo, la
metafísica, el epicureísmo, la filosofía en general, miles de libros, y un sinnúmero
de otras fuentes, han puesto a prueba mi capacidad para creer y para dudar, pero
al final solamente mi experiencia personal me ha permitido darme cuenta que soy
un ser espiritual.
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