Los poderosos manipuladores de la sociedad mundial han hecho creer, por muchos años, que existen personas con genialidades exageradamente diferentes del resto de los terrícolas. Nada más alejado de la verdad. Todos, sin excepción, poseemos habilidades y talentos especiales que otras personas pueden o no también poseer. Esa es la única verdad.
La mayoría de los genios que conocemos a través de los libros de ciencia y documentales de Nacional Geographic, Discovery Channel y otras fuentes, son meramente personas dedicadas, persistentes y esforzadas, que han invertido su talento en la búsqueda de una verdad en la cual ellos creen firmemente. Pero son personas normales, como tú y yo.
Es cierto, algunas de esas personas son buenas para las matemáticas, física, medicina, etc. También es cierto que las grandes corporaciones para las cuales trabajan y los gobiernos poderosos que costean sus investigaciones, cubren todas sus necesidades económicas y de cualquier otra índole. Ellos solamente se dedican a investigar y experimentar.
Igual, nunca sabremos cuantos de nosotros poseemos ese mismo don a menos que lo pongamos en práctica. Es que las genialidades hay que cultivarlas, cuidarlas y ejercerlas. De lo contrario, para poca cosa sirven.
Los dominicanos, y muchos de nuestros hermanos latinos, poseemos dones extraordinarios que nos han permitido sobrevivir estoicamente aun en tiempos adversos. Con gobiernos ineptos e ineficientes, con escasas posibilidades de desarrollo, con el mundo en contra (muchas veces con los peores enemigos en forma de familiares y amigos cercanos), hemos sobrevivido y hemos avanzado. ¡Sí que hemos avanzado!.
Yo te voy a describir lo que es un genio de verdad. Un individuo que se levanta con ciento cincuenta pesos en los bolsillos, le deja ciento veinte a la mujer para que prepare desayuno a los niños, compre detergente para limpiar la casa y lavar la ropa, abonar algo a la deuda del colmado y cocinar para ella y los niños, además de guardarle comida al marido. ¡Esa mujer es una genio!
Sigamos con el marido. Este sale del callejón donde viven alquilados, son las cinco de la mañana y tiene que hacerlo sigilosamente para no despertar a los vecinos del callejón. La hija de Toñita, que es trabajadora social nocturna, el hijo del carpintero, que se dedica al comercio de estupefacientes (pero no en una farmacia), y Antonia la doña que vive al frente que es enfermera. Todos duermen y nuestro héroe anónimo tiene que respetar sus dulces sueños, so pena de buscarse un tremendo lío si despierta a uno de los dos primeros que siempre están listos para armar una trifulca.
Nuestro hombre llega al patio contiguo, donde guarda su vehículo por ser un poco más amplio que su callejón. Con el mismo sigilo destapa su medio de transporte. Un triciclo que le donó Corporán de los Santos una vez que fue al programa y le contó las peripecias que hace para subsistir cada día. Le da gracias a Dios que las gomas están pegadas al triciclo y ningún ladronzuelo drogadicto del sector se las ha robado para venderlas, en busca de "su cura". Son las cinco de la mañana. La mayoría de los dominicanos todavía duerme, pero para Pablo Pueblo (para emular al personaje de la canción de Rubén Blades del mismo nombre), hace rato que el día comenzó.
Pedaleando llega al mercado, en el camino ha meditado sobre la forma de convencer a Triburcio, el mercader que le suple las mercancías que luego venderá en la calle, para que le dé crédito de nuevo. Él tenía el dinero de la mercancía más tuvo que gastarlo en medicinas para el chiquito de la casa que vive lleno de parásitos. Tiene suerte, Triburcio se sacó un palé anoche y no pone objeciones para darle fiao, así que sale con su triciclo lleno de plátanos, yuca y batata… Dispuesto a conquistar el mundo.
El hombre sale tan feliz, de no haber tenido que utilizar ninguno de los métodos científicos de convencimiento que había meditado, que hasta sale cantando "¿Por qué Dios no me hizo rico en vez de buenmozo?...". Son las seis y media, calcula que en media hora estará en la zona donde tiene sus clientes habituales, tiene tiempo. Total, las doñitas que le compran salen de sus casas a las siete y media, después de enviar a sus hijos a la escuela. Se para donde Ramona, la que vende café en la esquina, compra un pedazo de arepa y se toma un jarrito de té caliente. Vuelve a dar gracias a Dios y sonríe mientras piensa que "barriga llena, corazón contento".
Después de recorrer media capital pedaleando, soportar el inclemente sol, un aguacero tropical pasajero que lo empapa de agua, el sol que vuelve a atacar sin piedad pero que él se alegra de que le secara su ropa encima, discutir con los tígueres que quieren presionarlo a que le dé plátanos gratis, molestarse con las doñitas que no pagaron lo que él dio a crédito la semana pasada, volverse a reír solo (porque a él nadie lo va a volver loco), esquivar carros públicos y guaguas voladoras con más destreza que Nicky Lauda o Alan Prost y habiendo solamente ingerido dos guineos y un mabí al mediodía (porque no puede darse el lujo de gastar su dinero en comida de la calle), Pablo Pueblo regresa a su hogar.
Llega muerto de la risa, ya su mujer sabe que le fue bien ese día, carga al chiquito de la casa, le cuenta a su mujer las cosas de la faena diaria mientras ingiere la comida que ya le calentaron. Sale al patio, baja del techo de la casa los dos galones de agua que su mujer le guardó para que se bañe. Da gracias a Dios por enésima vez de que el agua esté tibia y, con un pedazo de jabón de cuaba y los dos galones de agua, se baña en el patio trasero de la humilde vivienda. Cuando termina, se seca y se pone sus pantalones cortos, quiere ver la noticia pero se va la luz, así que prende el radio de pilas y escucha música vieja para no darle mucha mente a la vida. Son las nueve y media de la noche, dentro de más o menos una hora Pablo pueblo se va a acostar, pidiéndole a Dios que el hijo del carpintero y la hija de Toñita lleguen después de las cuatro, para que no lo despierten con el ruido que siempre hacen al llegar. ¡Ese tipo es un genio!
Quien piense que Einstein, Newton, Alba Edison o cualquiera de los famosos genios de la historia hubiera descubierto aunque sea la fórmula del agua tibia, con ese tipo de vida, está muy equivocado.
Un científico famoso cualquiera, tiene que enfrentarse una semana a semejante estilo de ¿vida? Se lo aseguro, a los tres días se vuelve loco. Eso no sucede con nuestros genios. Un día, no pierdo las esperanzas, los hijos de todos los Pablos Pueblos de Latinoamérica tendrán las mismas oportunidades de las naciones poderosas para prepararse y educarse. Entonces veremos cuales son los genios de verdad. Que ningún europeo, norteamericano, asiático o australiano tiene el ahínco, la resistencia, la astucia y la capacidad de sobrevivir que tiene nuestra gente. Por eso admiro tanto a los genios dominicanos.
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