En el plano legal existen variadas maneras de juzgar a hechos o personas. Algunos países poseen el sistema de jurados para llevar a cabo los juicios. Otros lugares conceden a un juez la potestad de escuchar y analizar las pruebas ante él presentadas, deliberar en torno a ellas y luego emitir un veredicto. Son las características esenciales de un juicio legal.
En la vida cotidiana también se producen juicios cada día.El ser humano obtiene información del mundo exterior, las compara, consciente o inconscientemente, y luego se formula un juicio de lo que ha visto y oído. En otras palabras, cada vez que formamos una opinión en nuestra mente estamos juzgando a los hechos o personas sobre las cuales trata la información.
El plano filosófico tiene su propia versión de los juicios. Los filósofos comparan ideas a través del entendimiento con el fin de obtener un conocimiento más profundo y certero acerca de dichas ideas. Otro objetivo de la filosofía es el determinar el alcance, influencia o efecto de dichas ideas en cuanto a la humanidad se refiere.
El cristianismo, como doctrina de vida, nos ha enseñado que las acciones de nuestras vidas serán juzgadas por el creador una vez nuestro espíritu sea separado de nuestro cuerpo físico. Este es conocido como el juicio final.
Algunas religiones se apoyan en la doctrina cristiana para inculcar entre sus adeptos y seguidores la idea de llevar una vida merecedora de la aprobación del creador cuando sean juzgados por él.
Otras religiones también tienen ideas similares, aunque con algunas variaciones,a las que tienen las religiones de orientación cristianas.
Los juicios que formamos en nuestra mente condicionan nuestra percepción acerca de un objeto o persona determinada e incluso acerca de acontecimientos futuros. Con frecuencia encontramos que los juicios que nos habíamos formulado sobre un suceso o persona particular estaban errados, muy alejados de la realidad y nos vemos compelidos a cambiarlos. Ante esta afirmación debemos concluir que la prisa al formular nuestros juicios o el mismo hecho de insistir en juzgar todo lo que llega a nosotros a través de nuestros sentidos puede llegar en ocasiones a perjudicar a otros o a nosotros mismos.
A veces podemos evitar o remediar ese perjuicio, otras veces nos damos cuenta demasiado tarde de las consecuencias de nuestros juicios.
El grado último de nuestros juicios es la palabra. La fuerza de la palabra a la hora de emitir un juicio, sea oral o escrito, no puede ser calculada por el ser humano. Esta es una verdad irrefutable. Los juicios que emitimos son a la vez enjuiciados por otras personas. Estas personas formularán sus propios juicios en base a sus propias experiencias, sus propios conocimientos o aún por la influencia de otros.
Cada vez que emitimos un juicio nos exponemos a que otras personas emitan sus propios juicios sobre nosotros, estos juicios pueden gustarnos o no, pueden ser correctos o estar errados. Eso no lo sabremos hasta que los conozcamos, hasta que los escuchemos. La mayoría de los juicios que nuestros propios juicios provocan en otras personas nunca los sabremos.
Si no deseas ser juzgado por los demás, no juzgues. Si vives emitiendo juicios acerca de otros serás enjuiciado permanentemente por otros. Es la ley del mundo. Es la ley de la vida. Con la vara que midas serás medido.
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